Fase de decisión en el accidente... Pág 10




4.2.2. FASE DE DECISION:
Corresponde a la reacción del participante frente al estímulo constituido por la proximidad del evento. Puede ser anulada por la rapidez de los acontecimientos en consonancia con el Punto de Percepción Real con respecto al momento de producción de la acción final, es decir del resultado.

En esta fase el participante decide que hacer para enfrentar el evento, depende un 85% de los Valores Viales que influyen positivamente en la conducción.

4.2.2.1. Punto de decisión: corresponde al comienzo de la realización de las maniobras que se deciden desarrollar después de percibido el peligro es complicado para el conductor encontrar el momento y el lugar en que se encontraba al decidir que hacer.

4.2.2.2. Maniobra de evasión: corresponde a la maniobra o conjunto de ellas destinadas a cortar el accidente.

Las maniobras evasivas más socorridas son:

4.2.2.2.1. Empleo de frenos: es decir, desaceleración brusca por medio del uso del sistema de frenos, en que se inicia la realización de la maniobra.

4.2.2.2.2. Virajes: esquivar la presencia del obstáculo por medio de una típica evasión. Esta suele ser bastante eficaz siempre que se efectúe de manera de no ser causal de otro accidente.

4.2.2.2.3. Aumento de Velocidad: en ocasiones constituye una maniobra destinada a evitar el evento.

4.2.2.2.4. Otras maniobras: de viraje y de detención con ayuda de giros en las llantas. El toque de bocina que típicamente no es una maniobra evasiva propia sino un traspaso de obligaciones a otros; salto etc.

El control de las relaciones (24)


Como sucede con tanta frecuencia entre hermanos, Carlos, de cinco años de edad, perdió la paciencia con Pedro, de dos años y medio, porque había desordenado las piezas del rompecabezas con las que estaban jugando y en un ataque de rabia le mordió.

Su madre, al escuchar los gritos de dolor de Pedro, se apresuró entonces a regañar a Carlos, ordenándole que recogiera en seguida el objeto de la disputa. Y ante aquello, que debió de parecerle una gran injusticia, Carlos rompió a llorar, pero su madre, enojada, se negó a consolarle.

Fue entonces cuando el agraviado Pedro, preocupado con las lágrimas de su hermano mayor, se aprestó a consolarle. Y esto fue, más o menos, lo que ocurrió:
—¡No llores más, Carlos! —imploró Pedro — ¡Deja de llorar, hermano, deja de llorar!
Pero, a pesar de sus súplicas, Carlos continuaba llorando. Entonces Pedro se dirigió a su madre diciéndole:
—¡Carlos está llorando, mamá! ¡Carlos está llorando! ¡Mira, mira. Carlos está llorando!
Luego, dirigiéndose al desconsolado Carlos, Pedro adoptó un tono materno, susurrándole:
—¡No llores, Carlos!
No obstante, Carlos seguía llorando. Así que Pedro intentó otra táctica, ayudándole a guardar en su bolsa las piezas del Lego con un amistoso.
—¡Mira! ¡Yo las meto en la bolsa para Carlos!
Pero como aquello tampoco funcionó, el ingenioso Pedro ensayó una nueva estrategia, la distracción. Entonces cogió un auto de juguete y trató de llamar con él la atención de Carlos:
—Mira quién está dentro del auto, Carlos. ¿Quién es?
Pero Carlos seguía sin mostrar el menor interés. Estaba realmente consternado y sus lágrimas parecían no tener fin. Entonces su madre, perdiendo la paciencia, recurrió a una clásica amenaza:
—¿Quieres que te pegue?
—¡No! —balbució entonces Carlos.
—¡Pues deja ya de llorar! —concluyó la madre, exasperada, con firmeza.
—¡Lo estoy intentando! —farfulló Carlos, en un tono patético y jadeante, a través de sus lágrimas.
Y eso fue lo que despertó la estrategia final de Pedro que, imitando el tono autoritario y amenazante de su madre, ordenó: — ¡Deja de llorar, Carlos! ¡Acaba ya de una vez!

Pedro desplegó un amplio abanico de tácticas que iban desde la súplica hasta la ayuda, pasando por la distracción, la exigencia e incluso la amenaza, un auténtico repertorio que había aprendido de lo que otros habían intentado con él. Pero, en cualquiera de los casos, lo que ahora nos importa es subrayar que, incluso a una edad tan temprana, los niños disponen de un auténtico arsenal de tácticas dispuestas para ser utilizadas.

Como sabe cualquier padre, el despliegue de empatía y compasión demostrado por Pedro no es, en modo alguno, universal. Es igual de probable que un niño de esta edad considere la angustia de su hermano como una oportunidad para vengarse de él y hostigarle más aún.

 No obstante, ello no haría sino confirmar la presencia de una aptitud emocional fundamental, la capacidad de conocer los sentimientos de los demás y de hacer algo para transformarlos, una capacidad que constituye el fundamento mismo del sutil arte de manejar las relaciones.

Pero para llegar a dominar esta capacidad, las personas deben poder dominarse previamente a si mismos, deben poder manejar sus angustias y sus tensiones, sus impulsos y su excitación, aunque sea de un modo vacilante, puesto que para poder conectar con los demás es necesario un mínimo de sosiego interno.

Así pues, el requisito para llegar a controlar las emociones de los demás —para llegar a dominar el arte de las relaciones— consiste en el desarrollo de dos habilidades emocionales fundamentales: el autocontrol y la empatía.

Es precisamente sobre la base del autocontrol y la empatía sobre la que se desarrollan las «habilidades interpersonales». Estas son las aptitudes sociales que garantizan la eficacia en el trato con los demás y cuya falta conduce a la ineptitud social o al fracaso interpersonal reiterado. Y también es precisamente la carencia de estas habilidades la causante de que hasta las personas intelectualmente más brillantes fracasen en sus relaciones y resulten arrogantes, insensibles y hasta odiosas. Estas habilidades sociales son las que nos permiten relacionarnos con los demás, movilizarles, inspirarles, persuadirles, influirles y tranquilizarles profundizar, en suma, en el mundo de las relaciones.

La expresión de las emociones (25)


Iba a encontrarme con un amigo en la ciudad, pero me quedé dormido y el coche cayó y se estrelló contra un enorme árbol.

Yo quede atrapado, el espacio en que estaba era apenas del tamaño de una pequeña caja de lavadora. Sentía el olor del aceite mezclado con mi sangre. Luché contra mi miedo y traté de mantener mi compostura.

Las primeras personas que encontraron mi coche, sin vacilar se apresuraron a ayudarme. Uno rompió el parabrisas que estaba forzando el volante dentro de mí.

Minutos después los bomberos llegaron a la escena. Amarraron cables de acero para evitar que el automóvil se deslice más allá. El coche parecía una lata de cerveza después de haber sido aplastada.

El equipo de corte hidráulico fue armado, los extintores se colocaron estratégicamente.

El ambiente estaba caliente y pegajoso, todo el mundo sudaba profusamente debido al trabajo de auxilio. Sin embargo, yo empezaba a temblar de frío, mi cuerpo cayó aún más en estado de shock. Aún me despierto algunas noches con un sudor frío y el sonido de desgarro de metal que resuena en mis oídos. Recuerdo la sensación nauseabunda de que me iba a morir.

Me hallaba demasiado débil para mostrar señales de vida, pero un bombero vio un movimiento y alertó a sus compañeros y con nuevo esfuerzo comenzaron a trabajar duro hasta que sacarme de entre los escombros.

Me encontraba en shock y el dolor era inmenso, pero seguía vivo. Yo luchaba con la poca energía que tenía. Mi mente entumecida por el trauma del accidente, carecía de cualquier pensamiento global en ese punto. Recuerdo haber estado convencido de que ellos pensaban que yo estaba muerto y que tomaban demasiado tiempo para liberarme.

Pensé que lo único que estaba atorado era mi tobillo. En realidad no era ni siquiera el tobillo, sino los fragmentos de hueso y el dolor abrasador de cada uno de los dos lugares que la tibia que se habían roto, esto había creado la ilusión de cautiverio en mi mente.

La siguiente hora y media fue como una pesadilla en cámara lenta. Los bomberos tuvieron que cortar el techo y los paneles del lado del conductor y el marco del parabrisas y el capó del maletero. Yo estaba encajado en el asiento del conductor contra el volante me dificultaba la inhalación.

De repente, mi cabeza cayó sobre el hombro de un bombero, que me acunó y habló en voz baja y suavemente me aseguró que no iba a morir. Una máscara de oxígeno se colocó por encima de mi cara al principio tuve la sensación de asfixia, luego respiré libremente.

Existen varios tipos fundamentales de expresar los propios sentimientos. Uno de ellos consiste en minimizar las emociones por ejemplo la norma para expresar los sentimientos en presencia de una figura de autoridad, la cual consiste en esconder un disgusto o un desacuerdo. Otro consiste en exagerar lo que uno siente exagerando la expresión emocional, por ejemplo, una estrategia utilizada con mucha frecuencia que consiste en fruncir patéticamente el ceño y estremecer los labios. Un tercero consiste en sustituir un sentimiento por otro, por ejemplo, en algunas culturas en las que decir «no» se considera de mala educación y en su lugar, se expresan emociones positivas aunque falsas.

El aprendizaje de estos roles tiene lugar a una edad muy temprana. Por ejemplo, cuando enseñamos a un niño a ocultar su desengaño ante el espantoso regalo de cumpleaños que acaba de entregarle su bienintencionado abuelo.

En el caso que estamos considerando, el rol que aprende el niño es algo así como «esconde tus verdaderos sentimientos cuando puedan herir a alguien a quien quieras y sustitúyelos por otros que, aunque sean falsos, resulten menos dolorosos».

Las reglas que rigen la expresión de las emociones no sólo forman parte del léxico de la educación social sino que también dictan la forma en que nuestros sentimientos afectan a los demás. El conocimiento y el uso adecuado de estas reglas nos lleva a causar el impacto óptimo mientras que su ignorancia, por el contrario, fomenta el desastre emocional.