3. CAUSAS QUE PROVOCAN LOS ACCIDENTES DE TRANSITO
3.1. CAUSAS RELATIVAS A LA VIA Y AL MEDIO
La vía, al contrario de lo que muchos opinan, no es un elemento pasivo en el tránsito ni menos en los accidentes, enteramente influye de manera directa, puesto que no solo soporta el tráfico, sino que aporta y a veces de manera considerable, con factores que permiten el desplazamiento y detención inmediata de los automotores, así por ejemplo, el coeficiente de roce cinético depende fundamentalmente de la construcción y sección de los elementos expuestos al roce, del tipo, calidad de material, desgaste, derrumbes, baches, ausencia de señalización, etc.
Otros de los factores no pasivos son los atmosféricos o climåticos.
3.2. CAUSAS RELATIVAS AL VEHICULO
Pese a las precauciones, suceden desperfectos que se escapan del proceso normal de la revisión técnica, y en mayor medida, del proceso de la revisión superficial que hace el conductor. Y aunque muchas de las fallas mecánicas que provocan accidentes son susceptibles de detectar con bastante antelación, como las llantas y las fallas de los frenos en general, hay otras que al conductor le surgen imprevistamente, ya que no está a su alcance poder detectarlas anticipadamente, como el desgaste por el uso de las partes y piezas, que forman el automotor.
3.3. CAUSAS RELATIVAS AL AMBIENTE, ORDEN Y DISPOSICIÓN
Las congestiones habituales tienen una notable incidencia en la salud pública y afecta a todos especialmente a los conductores que después de largas esperas, la mayoría de las veces innecesarias, se ven afectados en sus sistemas nerviosos. El tránsito mismo genera condiciones que afectan a la salud siendo las más importantes el ruido, la contaminación atmosférica y el estrés.
3.4. CAUSAS HUMANAS
La mayoría de los accidentes son productos de la negligencia o de la imprudencia, ambas sólo pueden ser relativas al factor humano, que participa en el tránsito con sus virtudes y defectos, con sus aptitudes capacidades y limitaciones, ya sea que participe activamente como conductor o peatón, o pasivamente como pasajero.
3.4.1. Son causas somáticas: aquellas que afectan al organismo del conductor y por ende a su capacidad general para conducir; entre ellas se encuentran los defectos físicos no compensados, que pueden presentarse en un tiempo relativamente corto, por ejemplo en el lapso que media entre las renovaciones de licencia, como defectos visuales o acústicos, y que escapan al control que debe existir al otorgarse el documento habilitante para conducir, como la insuficiencia motora, etc.
También entre ellas se encuentran los defectos orgánicos de carácter general, como cardiopatías, epilepsias etc., no advertidas en su debido tiempo, y las alteraciones orgánicas transitorias tales como catarros, indigestiones, enfermedades ligeras, etc.
3.4.2. Son causas síquicas: aquellas que afectan los estados de salud mental, como la inestabilidad emocional, toxicomanías y alcoholismo, actitudes antisociales peligrosas, conflictos personales, enfermedades mentales, falta de conocimientos y otras causas generales como indefensión frente a la rutina o al esfuerzo físico, etc.
3.4.3. Polarización afectiva. La polarización afectiva puede presentarse en dos niveles durante la conducción normal, como una concentración puntual, exacerbada, difícil de mantener y que no permite percibir la totalidad de las alternativas que se presentan en rededor, dirigiéndose sólo hacia un polo de atracción.
O como una desatención generalizada a la conducción por problemas individuales de orden afectivos en que la atención se ve más provocada por estos, que por las circunstancias del tránsito, en que los sentidos se polarizan sobre aquel problema desentendiéndose de los demás. Este último nivel puede producirse por múltiples factores, cada individuo puede reaccionar de muy distinta manera frente a ellos y pueden afectar a unos más y a otros menos, tales como desgracias familiares recientes, fracasos económicos y amorosos, problemas conyugales, laborales, etc.
El hombre sin sentimientos (4)
He sido un entusiasta de las ruedas y la velocidad desde el día en que puse los ojos en mi primer coche de juguete. Supongo que esa era la influencia de mis tres hermanos mayores. Ellos me enseñaron a montar mi primera moto, algunos trucos e incluso hacer piruetas sin casco, almohadillas y otras protecciones.
Eso es ser estúpido, pero realmente no me importaban las lesiones. Nuestra madre limpiaba nuestras heridas, nos molestaba que nos diga que somos imprudentes, todos alardeábamos por hacer el mismo truco al día siguiente, pero por supuesto, la ejecución era mucho mejor.
Sin duda, yo crecí siendo un retador del riesgo, un temerario. Y que empeoró cuando nuestro padre me compró una moto. Tuve mis caídas, choques y desequilibrios de vez en cuando, las lesiones que yo llamo autoinfligidas en lugar de accidentes. Había más vida que montar a caballo.
Yo estaba de regreso a casa una noche de lluvia, después de que fui a un partido, más bien, a beber con mis amigos. La calle estaba húmeda por la lluvia. Estoy muy familiarizado con jorobas, piedras, baches y otros defectos del pavimento, pero yo no esperaba que lo peor podría suceder en ese instante.
Iba con la velocidad más alta de mi moto, porque pensé que no habían vehículos en ese momento. Tal vez porque tenía demasiado alcohol, o tal vez porque el clima sombrío me hizo sentir somnoliento, ocurre mientras se conduce un vehículo, o tal vez porque yo soy tan temerario, no ví un camión de seis ruedas que venía hacia mí.
Otro error fue que me olvidé de encender la luz delantera. Traté de frenar, pero no dio resultado. Mi rueda delantera se estrelló contra el parachoques del automotor. Voló la moto. Tras el incidente, mis amigos me dijeron que lo vieron todo desde el otro lado de la calle, a pocos metros del accidente. Mi cuerpo, se deslizó justo debajo del camión.
Lo primero que hice fue cubrir mi cabeza y la cara con los brazos. Dios, nunca olvidaré la sensación de fuego causado por la fricción entre mis piernas y el pavimento; nunca olvidaré el calor de las llantas del camión junto a mi rostro cuando todo quedó en quietud. Yo no tenía otra cosa en mi mente, de que este era el final de mi vida. Me encontré acostado en la parte trasera del camión junto a sus neumáticos.
Mis piernas estaban sangrando pero no las sentía. Fue un milagro de cómo la parte superior de mi cuerpo sólo tenía magulladuras. Sentí la muerte. Hoy entiendo que yo cambiaba 3 minutos de emoción por toda una vida. Sólo tenemos una vida. Mejor cuidar muy bien de ella. La vida siempre tendrá algo sorprendente para nosotros. Me olvide de estar agradecido con la vida por lo que estoy viviendo en este momento.
La monotonía emocional es un ejemplo de lo que los psiquiatras denominan alexitimia, es decir, la incapacidad para expresar con palabras sus propios sentimientos. En realidad, los alexitímicos parecen carecer de todo tipo de sentimientos aunque el hecho es que, más que hablar de una ausencia de sentimientos, habría que hablar de una incapacidad de expresar las emociones. Los psicoanalistas fueron quienes primero advirtieron la existencia de este tipo de personas refractarias al tratamiento porque no proporcionaban sentimientos, fantasías ni sueños de ningún tipo, porque no aportaban, en suma, ninguna vida emocional interna acerca de la cual hablar. Los rasgos clínicos más sobresalientes de los alexitímicos son la dificultad para describir los sentimientos —tanto los propios como los ajenos— y un vocabulario emocional sumamente restringido. Es más, se trata de personas que hasta tienen dificultades para discriminar las emociones de las sensaciones corporales, así que tal vez puedan decir que tienen mariposas en el estómago, palpitaciones, sudores y vértigos, pero son ciertamente incapaces de reconocer que lo que sienten es ansiedad.
Los alexitímicos, por ejemplo, rara vez lloran pero, cuando lo hacen, sus lágrimas son copiosas y se quedan desconcertados si se les pregunta por el motivo de su llanto. Una mujer alexitímica, por ejemplo, quedó tan apesadumbrada después de haber visto una película de una mujer con ocho hijos que estaba muriendo de cáncer, que aquella misma noche se despertó llorando. Luego, cuando el terapeuta le preguntó qué era lo que sentía, lo único que pudo articular fue que se sentía «muy mal» y agregó que, a pesar de las ganas de llorar que experimentaba, ignoraba cuál era el verdadero motivo de su llanto. Ése es precisamente el nudo del problema. No es que los alexitimicos no sientan, sino que son incapaces de saber y especialmente incapaces de poner en palabras lo que sienten. Se trata de personas que carecen de la habilidad fundamental de la inteligencia emocional, la conciencia de uno mismo, el conocimiento de lo que están sintiendo en el mismo momento en que las emociones bullen en su interior. Los alexitímicos ni siquiera tienen una idea de lo que están sintiendo y, en este sentido, son un ejemplo que refuta claramente la creencia de que todos sabemos cuáles son nuestros sentimientos. Cuando algo —o, más exactamente, alguien— les hace sentir, se quedan tan conmovidos y perplejos, que tratan de evitar esta situación a toda costa. Los sentimientos llegan a ellos, cuando lo hacen, como un desconcertante manojo de tensiones y, como ocurría en el caso de la paciente que acabamos de mencionar, se sienten «muy mal» pero no pueden decir exactamente qué tipo de mal es el que sienten.
Esta confusión básica de sentimientos suele llevarles a quejarse de problemas clínicos difusos, a confundir el sufrimiento emocional con el dolor físico, una condición conocida en psiquiatría con el nombre de somatización (algo, por cierto, muy distinto a la enfermedad psicosomática. en la que los problemas emocionales terminan originando auténticas complicaciones médicas).
La sabiduría de la experiencia (5)
Mi novia y yo habíamos estado discutiendo durante esas últimas semanas. Hasta el más pequeño tema terminaba en discordia. Ella seguía molestándome que renuncie a las carreras de coches.
Una noche, mis amigos me llamaron a competir. Algo me decía que no vaya. Mientras preparaba el coche, mi novia me llamó y me preguntó si podía ir a su casa. Se había enterado que íbamos a correr “rápidos y furiosos”. Pensé que esa sería otra de esas interminables discusiones, así que decidí colgar el teléfono.
La carrera empezó. Manejaba a toda velocidad con una sola mano, mis compañeros, gritaban rompiendo su garganta.
Para mi sorpresa alcancé a un auto que rodaba despacio. Pisé los frenos, pero ya era demasiado tarde! Fue una gran colisión, parecía que todos los sonidos se me desaparecieron.
Sentí que mi cabeza golpeó contra el airbag. El parachoques del coche quedó aplastado como una lata, un dolor inmenso recorrió mi cuerpo y todo se obscureció. Luego recordaba que los paramédicos me decían que me relaje y que todo estará bien. Volví a la conciencia en el hospital, con mi novia y mi madre llorando a mi lado. Yo trataba de mover las piernas, pero no sentía nada.
Me puse nervioso, uno de mis amigos me dijo que mis dos piernas tienen que ser amputadas debido a los graves daños del accidente. Por primera vez en mi vida adulta, lloré.
Los sentimientos desempeñan un papel fundamental para navegar a través de la incesante corriente de las decisiones personales que la vida nos obliga a tomar. Es cierto que los sentimientos muy intensos pueden crear estragos en el razonamiento, pero también lo es que la falta de conciencia de los sentimientos puede ser absolutamente desastrosa, especialmente en aquellos casos en los que tenemos que sopesar cuidadosamente decisiones de las que, en gran medida, depende nuestro futuro (como la carrera que estudiaremos, la necesidad de mantener un trabajo estable o de arriesgarnos a cambiarlo por otro más interesante, con quién casarnos, dónde vivir, qué apartamento alquilar, qué casa comprar, etcétera). Estas son decisiones que no pueden tomarse exclusivamente con la razón sino que también requieren del concurso de la intuición, los recuerdos emocionales, la sensatez y de la sabiduría emocional acumulada por la experiencia pasada. La lógica formal por sí sola no sirve para decidir con quién casarnos, en quién confiar o qué trabajo desempeñar porque, en esos dominios, la razón carente de sentimientos es ciega.
La intuición, los recuerdos emocionales, la sensatez y de la sabiduría emocional acumulada por la experiencia pasada, son un tipo de alarma automática que llama la atención sobre el posible peligro de un determinado curso de acción. Estos indicadores suelen orientarnos en contra de determinadas decisiones y también pueden alertamos de la presencia de alguna oportunidad interesante. En esos momentos no solemos recordar la experiencia concreta que determina esa sensación negativa, aunque en realidad lo único que nos interesa es la señal de que un determinado curso de acción puede conducimos al desastre. De este modo, la presencia de esta sensación visceral confiere una seguridad que nos permite renunciar o proseguir con un determinado curso de acción, reduciendo así la gama de posibles alternativas a una lista mucho más manejable. La llave que favorece la toma de decisiones personales consiste, en suma, en permanecer en contacto con nuestras propias sensaciones.