4.1.7. Factores a causa del estrés
- La conducción es una actividad de por sí estresante.
- El estrés genera mayores niveles de hostilidad y de comportamientos competitivos.
- El estrés genera mayor tendencia a la impaciencia.
- El estrés lleva a tomar decisiones arriesgadas y una conducción imprudente.
- El estrés disminuye la concentración.
- El efecto negativo que tiene el uso incontrolado de fármacos, alcohol u otras sustancias que se pueden utilizar para reducir el estrés.
El poder del pensamiento positivo (19)
El cielo estaba oscuro y todos los coches llevaban las luces encendidas. No hace falta decir que era una tarde triste y lluviosa. Había estado lloviendo durante casi una semana.
Apreté el freno al ver un tronco delante de mí. Mis neumáticos al parecer, no podían contra más de mil libras de acero cargados.
Mi camión empezó a patinar y tuve pensamientos horribles de embestir algún coche de delante de mí, o algún coche que vendría detrás de mí, pegándose contra los tubos. Yo quería evitar la posibilidad de deslizarme de lado, así que hice girar la rueda a la derecha.
Los automotores no fueron hechos para ser esquís en el barro. Me fui de lado, por una pendiente lodosa. La nariz se impactó en la grieta y el impulso me botó de lado y rodó varias veces, la cabina recibió algo como un mazazo.
Mi cuerpo fue arrojado como un muñeco de trapo dentro de la cabina golpeando mi cabeza contra el techo, como con un martillo. Mi cinturón de seguridad, cortaba mi cuerpo con cada sacudida; finalmente mi carro apuntando hacia la carretera, dejó de moverse.
El dolor era insoportable. A partir de la parte superior de mi cabeza y todos los puntos a través de mi cuerpo. Yo estaba aturdido. Pasaron varios minutos y la niebla empezó a disiparse. Mi radio estaba encendida, milagrosamente, seguía funcionando.
Aparecieron los socorristas para ayudar a liberar a la puerta atascada. Yo podía ver las luces de la carretera y a través de la lluvia. Pude caminar bajo mi propio esfuerzo y después de un corto viaje al hospital para una exploración fui dado de alta.
El cinturón de seguridad, me salvó el cuello!
Según los modernos investigadores, la esperanza no sólo ofrece consuelo a la aflicción sino que desempeña un papel muy importante en dominios tan diversos como el rendimiento escolar o el hecho de soportar un trabajo pesado. Técnicamente hablando, la esperanza es algo más que la visión ingenua de que todo irá bien; «la creencia de que uno tiene la voluntad y dispone de la forma de llevar a cabo sus objetivos, cualesquiera que éstos sean».
Ciertamente, no todo el mundo tiene el mismo grado de expectativas. Hay quienes creen que son capaces de salir de cualquier situación o de encontrar la forma de resolver los problemas, mientras que otros simplemente no se ven con la energía, la capacidad o los medios de alcanzar sus objetivos. Las personas con un alto nivel de expectativas comparten ciertos rasgos, entre los que destacan la capacidad de motivarse a sí mismos, de sentirse lo suficientemente diestros como para encontrar la forma de alcanzar sus objetivos. de asegurarse de que las cosas irán mejor cuando están atravesando una situación difícil, de ser lo bastante flexibles como para encontrar formas diferentes de alcanzar sus objetivos —o de cambiarlos en el caso de que le resulten imposibles de alcanzar— y de saber descomponer una tarea compleja en otras más sencillas y manejables.
Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, la esperanza significa que uno no se rinde a la ansiedad, el derrotismo o la depresión cuando tropieza con dificultades y contratiempos. De hecho, las personas esperanzadas se deprimen menos en su navegación a través de la vida en búsqueda de sus objetivos y también se muestran menos ansiosas en general y experimentan menos tensiones emocionales.
El optimismo es una gran motivador (20)
Los comentaristas deportivos llegaron a decir que por ser ecuatorianos, de origen humilde y de mediana estatura desanimarían a los jugadores de la Liga, pero no habían contado con su reacción, una reacción que los llevó a ganar la Copa Libertadores. No habían valorando el grado de optimismo de esos jugadores.
El optimismo significa tener una fuerte expectativa de que, en general, las cosas irán bien a pesar de los contratiempos y de las frustraciones. Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, el optimismo es una actitud que impide caer en la apatía, la desesperación o la depresión frente a las adversidades. Y al igual que ocurre con la esperanza, el optimismo tiene sus beneficios, siempre y cuando se trate de un optimismo realista, porque el optimismo ingenuo puede llegar a ser desastroso.
La gente se explica a si misma sus éxitos y sus fracasos. Los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que puede cambiarse y, así, en la siguiente ocasión en la que afronten una situación parecida pueden llegar a triunfar. Los pesimistas, por el contrario, se echan las culpas de sus fracasos, atribuyéndolos a alguna característica estable que se ven incapaces de modificar. Ante un accidente, por ejemplo, los optimistas tienden a responder de una manera activa y esperanzada, elaborando un plan de acción o buscando ayuda y consejo porque consideran que los contratiempos no son irremediables y pueden ser transformados. Los pesimistas, en cambio, consideran que los contratiempos constituyen algo irremediable y reaccionan ante la adversidad asumiendo que no hay nada que ellos puedan hacer para que las cosas salgan mejor la próxima vez y, en consecuencia, no hacen nada por cambiar el problema. Para ellos, los problemas se deben a algún déficit personal con el que siempre tendrán que contar.
Pero el optimismo no sólo es un factor importante en cuanto al éxito en la vida sino que fundamentalmente se trata de una actitud emocionalmente inteligente. Por ejemplo para un vendedor, cada «no» constituye una pequeña derrota, y la reacción emocional a ese fracaso es decisiva a la hora de controlar suficientemente la motivación para proseguir su actividad. Y a medida que los «no» aumentan, la moral se debilita, haciendo cada vez más difícil marcar el número de la siguiente llamada telefónica. Estos rechazos son especialmente difíciles de asumir para un pesimista, quien los interpreta como significando «soy un fracaso en esto; jamás llegaré a ser un buen vendedor», una interpretación que, con toda seguridad, despierta la apatía y el derrotismo, y la franca depresión. Ante esta situación, en cambio, los optimistas se dicen: «estoy utilizando un abordaje inadecuado» o «esa última persona estaba de mal humor» y, de este modo, al considerar que el fracaso no depende de una deficiencia en si mismos sino de algo que radica en la situación, pueden cambiar su enfoque la próxima llamada. Es así como el equipaje mental de los pesimistas les conduce a la desesperación mientras que el de los optimistas reactiva su esperanza.
Uno de los orígenes de una visión positiva o negativa puede ser el temperamento innato, ya que hay personas que tienden naturalmente hacia una o hacia la otra. Pero, el temperamento puede verse modulado por la experiencia. El optimismo y la esperanza —al igual que la impotencia y la desesperación— pueden aprenderse. Detrás de los dos existe la autoeficacia, la creencia de que uno tiene el control de los acontecimientos de su vida y puede hacer frente a los problemas en la medida en que se presenten. Desarrollar algún tipo de habilidad fortalece la sensación de eficacia y predispone a asumir riesgos y problemas más difíciles. Y el hecho de superar estas dificultades aumenta a su vez la sensación de autoeficacia, una aptitud que lleva a hacer un mejor uso de cualquier habilidad y que también contribuye a desarrollarlas.
Las creencias de las personas sobre sus propias habilidades tienen un profundo efecto sobre éstas. La habilidad no es un atributo fijo sino que, en este sentido, existe una extraordinaria variabilidad. Las personas que se sienten eficaces se recuperan prontamente de los fracasos y no se preocupan tanto por el hecho de que las cosas puedan salir mal sino que se aproximan a ellas buscando el modo de manejarlas.
El estado de flujo (21)
En este estado, la atención se focaliza tanto que la persona sólo es consciente de la estrecha franja de percepción relacionada con la tarea que está llevando a cabo, perdiendo también toda noción del tiempo y del espacio.
El «flujo» es un estado de olvido de uno mismo, el opuesto de la reflexión y la preocupación, un estado en el que la persona, en lugar de perderse en el desasosiego, se encuentra tan absorta en la tarea que está llevando a cabo, que desaparece toda conciencia de sí mismo y abandona hasta las más pequeñas preocupaciones de la vida cotidiana (salud, dinero e incluso hasta el hecho de hacerlo bien). Paradójicamente, sin embargo, las personas que se hallan en este estado exhiben un control extraordinario sobre lo que están haciendo y sus respuestas se ajustan perfectamente a las exigencias cambiantes de la tarea. Y aunque el rendimiento de quienes se hallan en este estado es extraordinario, en tales momentos la persona está completamente despreocupada de lo que hace y su única motivación descansa en el mero gusto de hacerlo.
La reflexión excesiva en lo que se está haciendo interrumpe el estado de «flujo» y hasta el mismo pensamiento de que «lo estoy haciendo muy bien» puede llegar a ponerle fin.
Hay varias formas de entrar en el estado de «flujo». Una de ellas consiste en enfocar intencionalmente la atención en la tarea que se esté llevando a cabo; no hay que olvidar que la esencia del «flujo» es la concentración. El primer paso necesario para calmarse y centrarse en la tarea requiere un considerable esfuerzo y cierta disciplina, una vez dado ese paso funciona por si sólo, liberando al sujeto de la inquietud emocional y permitiéndole afrontar la tarea sin el menor esfuerzo.
Otra forma posible de entrar en este estado también puede darse cuando la persona emprende una tarea para la que está capacitado y se compromete con ella en un nivel que exige de todas sus facultades.
Cuando las personas están comprometidas con actividades que capturan su atención y la mantienen sin realizar esfuerzo alguno, su cerebro «se calma».
La concentración tensa —en la que la preocupación alimenta la atención— aumenta la actividad mental. Pero la zona de flujo y de rendimiento óptimo parece ser una especie de oasis de eficacia mental en el que el gasto de energía intelectual es mínimo. Tal vez la destreza práctica que permite a la gente entrar en el estado de «flujo» tenga lugar después de dominar los movimientos básicos de una determinada actividad (ya sea física, como, por ejemplo, jugar fútbol) o mental (como elaborar un recorrido vial). Un movimiento bien practicado requiere mucho menos esfuerzo mental que aquél otro que esté siendo aprendido o los que todavía resultan muy difíciles. Por otra parte, cuando el cerebro trabaja menos eficazmente a causa de la fatiga o el nerviosismo —como ocurre, por ejemplo, al final de una larga y agotadora jornada de trabajo—, disminuye la precisión del esfuerzo cortical y se activan muchas áreas superfluas, un estado mental que se experimenta como sumamente distraído, y lo mismo ocurre en el caso del aburrimiento. Pero cuando el cerebro está trabajando en la zona cúspide de su eficacia, como ocurre en el caso del estado de «flujo», existe una relación muy precisa entre la actividad cerebral y los requerimientos de la tarea. En ese estado hasta el trabajo más duro puede resultar renovador y pleno en lugar de extenuante.
El «flujo» aparece en esa zona en la que una actividad exige a la persona el uso de todas sus capacidades y es por ello por lo que, en la medida en que aumenta la destreza, también lo hace la dificultad de entrar en el estado de «flujo». Si una tarea es demasiado sencilla resulta aburrida y si, por el contrario, es más compleja de la cuenta, el resultado es la ansiedad.
El “flujo” es un estado interno que significa que la persona está comprometida en una tarea adecuada. Todo lo que tiene que hacer es encontrar algo que le guste y perseverar en ello. Al tiempo que trate también de despojarse de sus debilidades. De este modo, conocer el perfil de una persona puede ayudarle a adaptar la forma de trabajo y ajustar también el que suponga para él un reto óptimo. Hacer esto significa fomentar un trabajo más placentero, que no resulte angustioso ni tampoco aburrido
En un sentido amplio, canalizar las emociones hacia un fin más productivo constituye una verdadera aptitud maestra. Ya se trate de controlar los impulsos, de demorar la gratificación, de regular nuestros estados de ánimo para facilitar —y no dificultar— el pensamiento, de motivarnos a nosotros mismos a perseverar y hacer frente a los contratiempos o de encontrar formas de entrar en «flujo» y así actuar más eficazmente, todo ello parece demostrar el gran poder que poseen las emociones para guiar más eficazmente nuestros esfuerzos.