Factores por el exceso de velocidad... Pág 6


4.1.4. Factores por el exceso de velocidad

Los efectos negativos más destacables son:
- Reduce el tiempo de reacción.
- Dificulta el control del vehículo y la rectificación de la trayectoria.
- Aumenta la violencia y el estrés del conductor.
- Altera el funcionamiento sensorial, por ejemplo, disminuye el campo visual.
- Altera el funcionamiento fisiológico, por ejemplo, incrementa la fatiga, debido a que se ha de prestar más atención. 

La catarsis (12)


Apenas subí a un taxi en la ciudad de Quito, un joven que quería cruzar la calle se detuvo ante el vehículo a esperar que el tráfico disminuyera. El taxista, impaciente por arrancar, tocó entonces el pito y comenzó a mover el vehículo lentamente a fin de que el joven se apartara de su camino. La réplica de éste fue un ademán obsceno y grosero.

—Tú mismo hijo de puta! —le contestó entonces el taxista, pisando el acelerador y el freno al mismo tiempo amenazando con embestirle.

Ante aquella intimidación, el joven se hizo a un lado bruscamente y descargó un puñetazo sobre la carrocería del taxi mientras éste trataba de abrirse paso a través del tráfico. El taxista soltó entonces una grosera letanía de exclamaciones dirigidas al joven.

—No se puede cargar con la mierda del primer imbécil que se te cruce en el camino. Tienes que devolvérsela a gritos. Por lo menos, eso te hace sentir mejor —me dijo luego el conductor, a guisa de conclusión, todavía visiblemente afectado.

La catarsis, es el hecho de dar rienda suelta a nuestro disgusto, se ensalza a veces como un modo adecuado de manejar la irritación.

La opinión popular sostiene que «eso te hace sentir mejor» pero, el hecho de airear el enfado de poco o nada sirve para mitigarlo (aunque, dada su seductora naturaleza, pueda proporcionarnos cierta satisfacción). No obstante, existen ciertas condiciones concretas en las que el hecho de expresar abiertamente el enfado puede resultar apropiado como, por ejemplo, cuando se trata de comunicar algo directamente a la persona causante de nuestro enojo; cuando sirve para restaurar la autoridad, el derecho o la justicia; o cuando con ello se inflige «un daño proporcional» a la otra persona que la obliga, más allá de todo sentimiento de venganza por nuestra parte, a cambiar la situación que nos agobia. Hay que decir también que, debido a la naturaleza altamente inflamable de la ira, esto es más fácil de decir que de llevar a la práctica.

El hecho de expresar abiertamente el enfado constituye una de las peores maneras de tratar de aplacarlo, porque los arranques de ira incrementan necesariamente la excitación emocional del cerebro y hacen que la persona se sienta todavía más irritada. En este sentido, el efecto de expresar abiertamente la cólera ante la persona que la provocaba es el de prolongar su mal humor en lugar de acabar con él. Parece mucho más eficaz, en suma, que la persona comience tratando de calmarse y que posteriormente, de un modo más asertivo y constructivo, entable un diálogo para tratar de resolver el problema.

Aliviar la ansiedad (13)


¡Uh psss! Parece que se ha estropeado el silenciador del tubo de escape... Tendré que llevarlo a reparar... Pero ahora no tengo dinero... Tal vez pueda coger el dinero de la matrícula de Jaime...Pero ¿qué pasará si luego no puedo pagar su matrícula?... Bueno, el último informe del colegio ha sido francamente desalentador... Es muy probable que sus notas sigan siendo malas y finalmente no pueda matricularse en la universidad. Y el silenciador sigue haciendo ruido...

Así es como la mente obsesionada da vueltas y más vueltas, una y otra vez, a un culebrón aparentemente interminable de preocupaciones concatenadas. «Según parece, una vez iniciado, no hay modo alguno de detener el ciclo de la preocupación. En el extremo opuesto, la reflexión constructiva acerca de un problema —una actividad sólo en apariencia similar a la preocupación— puede permitirnos dar con la solución adecuada».

En realidad, toda preocupación se asienta en el estado de alerta ante un peligro potencial. Cuando el miedo activa nuestro cerebro emocional, una parte de la ansiedad centra nuestra atención en la amenaza, obligando a la mente a buscar obsesivamente una salida y a ignorar todo lo demás. La preocupación constituye, pues, en cierto modo, una especie de ensayo en el que consideramos las distintas alternativas de respuesta posibles. En este sentido, la función de la preocupación consiste, por consiguiente, en una anticipación de los peligros que pueda presentamos la vida y en la búsqueda de soluciones positivas ante ellos.

El problema surge cuando la preocupación se hace crónica y reiterativa, cuando se repite continuamente sin procuramos nunca una solución positiva. Un análisis más detenido de la preocupación crónica evidencia que ésta presenta todos los rasgos característicos propios de un secuestro emocional moderado: parece no proceder de ninguna parte, es incontrolable, genera un ruido constante de ansiedad, se muestra impermeable a todo razonamiento y encierra a la persona preocupada en una actitud unilateral y rígida sobre el asunto que la preocupa. Cuando el ciclo de la preocupación se intensifica y persiste, ensombrece el hilo argumental hasta desembocar en arrebatos nerviosos, fobias, obsesiones, compulsiones y auténticos ataques de pánico. En cada uno de estos desórdenes la preocupación se centra en un contenido diferente: en el caso de la fobia, la ansiedad se fija en la situación temida; en las obsesiones, se ocupa en impedir algún posible desastre; por último, en los ataques de pánico suele gravitar en torno a la muerte o a la misma posibilidad de sufrir un ataque de pánico.

La ansiedad, tiene una manifestación cognitiva —los pensamientos preocupantes— y otra somática, evidenciada por los síntomas fisiológicos típicos de la ansiedad (como el sudor, la aceleración del ritmo cardíaco o la tensión muscular). El problema principal de la gente que padece insomnio son los pensamientos intrusivos. No pueden dejar de estar preocupados, por más cansados que se encuentren. Lo único que les ayuda a conciliar el sueño es el hecho de alejar su mente de las preocupaciones, focalizándola, en su lugar, en las sensaciones producidas por el ejercicio de algún tipo de relajación. Resumiendo: se puede cortar el círculo vicioso de la preocupación cambiando el foco de la atención.

Sin embargo, la mayoría de las personas aprensivas no parecen responder a este método, esto se debe a que el ciclo de la preocupación proporciona una recompensa parcial que refuerza el hábito. El aspecto positivo, por así decirlo, de la preocupación, es que constituye una forma de afrontar las amenazas potenciales y los peligros que puedan cruzarse en nuestro camino. Como ya hemos dicho, la verdadera función de la preocupación es la de constituir una especie de ensayo frente a esas amenazas que nos ayuda a encontrar posibles soluciones.

La gente suele preocuparse por cosas que tienen muy pocas probabilidades de ocurrir —como la muerte de un ser querido en un accidente de aviación, la bancarrota y similares—, y todo este proceso, al menos en lo que se refiere al cerebro, tiene algo de mágico. Así, del mismo modo que un amuleto nos protege de algún daño anticipado, la preocupación proporciona la confianza psicológica necesaria para hacer frente a los peligros que nos obsesionan.

4.1.5. Factores generados por las distracciones

Las distracciones están causando el 30% de los accidentes de circulación. Acciones como:
- Encender un cigarrillo.
- Marcar un número de teléfono.
- Sintonizar una emisora.
- Guardar algo en la guantera.
- Ingerir alimentos.
- Estados emocionales como: fuertes emociones de ira, ansiedad, euforia, tristeza, irritabilidad, debido a que absorben la atención que deberíamos utilizar  en la tarea de conducir. 

Acortar la preocupación (14)


Mi jefe nos conversó lo que le ocurrió a su auto.

"Llegué a mi casa de campo, la cual queda en la cresta de la colina, aparqué mi coche, entré y 40 segundos después oí una explosión en el río, salimos a ver que ocurría, mi coche no estaba, pensé que alguien lo había robado, caminamos con mi familia al centro de la carretera para mirar por la vía, ví a gente de pie en el acantilado que observaba hacia abajo.

Resulta que mi coche había rodado solo, se salió del camino, luego había tomado un terraplén de 8 metros de largo. Se había ido hacia abajo por medio de dos casas con 2 metros de separación entre ellas, había botado una casa de palo, luego ha girado hacia la izquierda, en dirección a unos arbolitos de manzanas, los había destruído, llegando a un acantilado de 3 metros de alto, se zafa el tanque de la gasolina, debido al roce explota, al mismo instante que el auto caía a una playa que había formado el río”.

Jorge, mi jefe, nos explica, "No hay manera de sacar el coche. Está demasiado lejos de la carretera para llegar con una grúa, la parte delantera está todo destrozado como un arado gigante, y por si fuera poco, el hombre por cuya propiedad cruzó el auto, es un gruñón que nos está haciendo la vida un infierno".

Ante un desvelo el primer paso consiste en tomar conciencia de uno mismo y registrar el primer acceso de preocupación tan pronto como sea posible. En circunstancias ideales, este registro debería tener lugar inmediatamente, en el mismo instante en que una fugaz imagen catastrófica pone en marcha el ciclo de la preocupación y la ansiedad. En este sentido, hay que comenzar a darse cuenta de los signos de la ansiedad y, en especial, aprender a identificar las situaciones, las imágenes y los pensamientos ocasionales que desencadenan el ciclo de la preocupación y las sensaciones corporales de ansiedad que las acompañan. Con el debido entrenamiento, la persona puede llegar a captar el surgimiento de la preocupación en un momento cada vez más cercano al inicio de la espiral de la ansiedad. También es posible recurrir al aprendizaje de alguna técnica de relajación que la persona pueda aplicar apenas advierta el inicio del ciclo y ejercitarse en ella hasta ser capaz de utilizarla adecuadamente en el momento preciso.

El siguiente paso consiste en adoptar una postura crítica ante las creencias que sustentan la preocupación. ¿Cabe ciertamente la posibilidad de que ocurra el acontecimiento temido? ¿Es algo absolutamente necesario y no existe más alternativa que aceptarlo? ¿Hay algo positivo que pueda hacerse al respecto? ¿Realmente me sirve de algo dar vueltas y más vueltas a los mismos pensamientos?

El control de la tristeza (15)


Ahora tengo 18 años, hace 2 años perdí a una persona muy importante de una manera muy injusta y que podría haberse evitado. Una noche, como todos los fines de semana salimos con mi novio a la Foch en el auto acompañados de un amigo. Ambos tomaron, no puedo negarlo. Después de despedirme, con la promesa de llamarlo la mañana siguiente para despertarlo, porque teníamos planeado ir a una feria, yo me fui a mi casa. El a la suya, no llego nunca...

Chocaron contra un poste, manejaba su amigo, quien resulto prácticamente ileso, solo con raspones..

En cambio, mi novio falleció a los pocos días en la cama de un hospital, lleno de cables y sin reaccionar... Solo tenia 18 años, habíamos cumplido 1 año de estar juntos. Con tantos planes, sueños, ilusiones se me fueron al carajo...

Como decía una publicidad: EL ALCOHOL AL VOLANTE MATA. Hoy, me doy cuenta que es verdad.

Antes me divertía viendo accidentes de transito, hoy les tengo miedo, porque me quitaron lo que más quería en el mundo... Los chicos y chicas de mi edad no somos concientes del peligro, nos creemos inmortales, hacemos lo que queremos, por eso nos molestan los límites... Tuvo que pasarme algo tan trágico para comprender esta realidad, para entender que hay que valorar las cosas y las personas que están a nuestro alrededor porque el día menos pensado pueden faltarnos...

La tristeza es el estado de ánimo del que la gente más quiere despojarse. Sin embargo, no debería evitarse toda tristeza porque, al igual que ocurre con cualquier otro estado de ánimo, tiene sus facetas positivas. La tristeza que provoca una pérdida irreparable, por ejemplo, suele ir acompañada de ciertas consecuencias: disminuye el interés por los placeres y diversiones, fija la atención en aquello que se ha perdido e impone una pausa momentánea que renueva nuestra energía para permitirnos acometer nuevas empresas.

Pero, si bien la tristeza es útil, la depresión, en cambio, no lo es. Entre las que se cuentan el «odio hacia uno mismo», «la falta de autoestima», «la pesadumbre enfermiza» por encima de todo, de una ansiedad abrumadora». También podemos enumerar las secuelas intelectuales que acompañan a ese estado: «confusión, imposibilidad de concentrarse y pérdida de memoria» el insomnio, la apatía.

La táctica más extendida para combatir la depresión son las actividades sociales, es decir, salir a comer, ir a ver un acontecimiento deportivo o al cine; en resumen, compartir algún tipo de actividad con los amigos o con la familia. Este tipo de actividades puede ser muy eficaz siempre que quede claro que el objetivo que se pretende lograr es que la mente se olvide de su tristeza porque, en caso contrario, sólo conseguirá perpetuar su estado de ánimo.

Preocuparse por aquello que nos deprime sólo contribuye a que la depresión se agudice y se prolongue más todavía. En la depresión, la preocupación puede adoptar diferentes formas, aunque, sin embargo, todas ellas se focalizan en algún aspecto de la depresión misma como, por ejemplo, el agotamiento, la escasa motivación, la falta de energía o el poco rendimiento.

Dos estrategias, en concreto, se han mostrado especialmente eficaces en esta lucha: una de ellas consiste en aprender a afrontar los pensamientos que se esconden en el mismo núcleo de la obsesión, cuestionar su validez y considerar alternativas más positivas. La otra consiste en establecer deliberadamente un programa de actividades agradables que procure alguna clase de distracción.

Una de las razones por las cuales la distracción puede ser un remedio eficaz es que los pensamientos depresivos tienen un carácter automático y se introducen de manera inesperada en la mente.

Los elevadores del estado de ánimo (16)


Imagine que está conduciendo en medio de la niebla por una carretera desconocida, empinada y tortuosa, y que, de pronto, un coche sale bruscamente de una vía lateral pocos metros delante de usted sin darle tiempo siquiera a detenerse. Lo único que puede hacer es pisar a fondo el pedal del freno, con lo cual su vehículo derrapa de un lado a otro de la calzada. Un instante antes de oír el ruido del impacto metálico y de los cristales rotos, se da cuenta de que el otro coche está lleno de niños y de que es un transporte escolar que va camino de la escuela.

Luego, tras el breve silencio que sucede a la colisión, oye un coro de llantos y se las arregla como puede para correr hasta el otro coche. Entonces descubre consternado que uno de los niños está tendido en el suelo completamente inerte y se siente invadido por el sentimiento de culpa de haber sido el causante de una tragedia...

Las personas contamos con un repertorio de pensamientos negativos que acuden a nuestra mente con mayor facilidad cuando estamos alicaídos. Quienes son más proclives a la depresión tienden a establecer fuertes lazos asociativos entre estos pensamientos, de modo que, una vez que se ha evocado un determinado estado de ánimo negativo, resulta mucho más difícil suprimirlo. Por más irónico que pueda parecer, las personas deprimidas tienden a distraerse recurriendo a otros pensamientos depresivos, con lo cual lo único que consiguen es profundizar todavía más su depresión.

Muchas personas se sacuden las flores mustias de la tristeza con entretenimientos tales como la lectura, la televisión, el cine, los videojuegos, los rompecabezas, el sueño y las ensoñaciones diurnas como, por ejemplo, divagar acerca de unas fantásticas vacaciones. Las distracciones más eficaces son aquéllas que pueden cambiar nuestro estado de ánimo como, por ejemplo, un apasionante acontecimiento deportivo, una película divertida o un libro interesante.

Tratar de infundirse ánimo a si mismo mediante regalos y placeres sensoriales constituye otro antídoto muy difundido para combatir la tristeza. Entre los métodos más utilizados por las personas para aliviar su depresión podemos enumerar el tomar un baño caliente, disfrutar de las comidas favoritas, escuchar música o hacer el amor.

El hecho de comer es una estrategia bastante generalizada para calmar la depresión. El consumo de drogas y alcohol. Pero el hecho de recurrir al alcohol o a la comida como antídotos para la depresión constituye una estrategia que tiene sus obvias contraindicaciones. La sobrealimentación suele provocar remordimientos mientras que el alcohol, por su parte, es un depresor del sistema nervioso central cuyas secuelas se suman a las de la misma depresión.

Una aproximación más constructiva para elevar el estado de ánimo consiste en proyectar una actividad que pueda proporcionarnos un pequeño triunfo o un éxito fácil como, por ejemplo, acometer alguna tarea doméstica que hayamos pospuesto (como arreglar el jardín) o concluir alguna actividad pendiente que hayamos estado evitando. Por el mismo motivo, los cambios de imagen, aunque sólo sea en la forma de vestirnos o de arreglarnos, también pueden resultar beneficiosos.

Uno de los antídotos más eficaces contra la depresión es la llamada reestructuración cognitiva o, dicho de otro modo, tratar de ver las cosas desde una óptica diferente. Por ejemplo, los pacientes aquejados de cáncer, sea cual sea la gravedad de su estado, se encuentran de mejor humor cuando pueden pensar en otro paciente cuyo estado es todavía peor «a fin de cuentas yo no estoy tan mal; por lo menos puedo andar», mientras que, por el contrario, quienes se comparan con personas sanas solo consiguen deprimirse más. Este tipo de comparaciones resulta sorprendentemente estimulante porque lo que parecía desesperanzador pierde súbitamente sus connotaciones negativas.

Otro eficaz elevador del estado de ánimo consiste en ayudar a quienes lo necesitan. Puesto que la depresión se alimenta de obsesiones y preocupaciones que giran en torno a uno mismo, el hecho de ayudar a quien se halla afligido puede contribuir a que nos desembaracemos de este tipo de preocupaciones. De este modo, entregarse a una actividad de voluntariado, hacerse entrenador de la liga infantil, convertirse en una especie de hermano mayor o ayudar a los indigentes; constituye, una de las estrategias más adecuadas, pero también menos frecuentes, para elevar el estado de ánimo.

Debemos señalar, por último, que existen también personas que pueden encontrar cierto alivio a su tristeza orientándose hacia un poder trascendente. La oración constituye una actividad especialmente indicada para elevar el estado de ánimo de las personas con una orientación religiosa.